Quien tiene la palabra es quien tiene el verdadero poder. Es la lengua la que nos permite conocer nuestro entorno, saber más allá de lo que se ve a simple vista. Por ello, es esencial darle un nombre a nuestra realidad, distinguirla del resto.
Los diamantes, al igual que las personas, también tienen apellidos. Es fundamental conocer cuáles son y por qué son de esta forma.
¿Por qué se llaman ‘diamantes de sangre’?
Los diamantes de mina o “tradicionales” han llegado a ser conocidos por hazañas verdaderamente escalofriantes. Esta es la razón principal de su sobrenombre: “diamantes de sangre”.
Unos diamantes que, sin culpa realmente de nada, han sido conseguidos por el camino de la violencia y del dolor.
El término “diamante de sangre” apunta precisamente a eso: estas piedras preciosas son especialmente conocidas por las precarias condiciones laborales en las que se obtienen, explotando a miles de personas en las minas (tanto subterráneas como superficiales) y causando el desplazamiento de más de 2 millones de personas entre 1991 y 2002 debido a los conflictos bélicos originados por su obtención (1).
El dato anterior se refiere concretamente a Sierra Leona, un país cuya historia ha quedado manchada por una serie de guerras donde el diamante de mina se utilizaba como moneda de cambio para la compra-venta de armas. En este mismo país fueron más de 50.000 personas las que murieron de forma violenta por estos conflictos. Por desgracia, no sólo Sierra Leona ha sufrido su impacto: Angola, la República Democrática del Congo y Liberia son otros de los países africanos donde el diamante de mina causó miles de crímenes y contrabando, cobrándose la vida de en torno a 3,7 millones de personas desde la década de los noventa (2).
Las lágrimas derramadas también provienen de la Tierra: la industria minera (y en concreto la obtención de esta piedra) se hace mediante la erosión de los suelos en los que se encuentra, cavando a grandes profundidades y dimensiones, dejando las zonas tanto de mina como perimetrales en un estado completamente inhabitable. A ello se le suma la huella de carbono de la maquinaria empleada.
Lamentablemente, las compañías y países con mayor interés en los beneficios económicos del diamante (que fomentaron a su vez la continuación de las guerras) justifican estos encuentros mediante el argumento de que “el diamante es una de las piedras más raras y escasas del mundo”. Lo cual, de hecho, no es cierto.
La razón por la que existe esta falsa creencia sobre la rareza de estos minerales se debe a una serie de manipulaciones del mercado llevadas a cabo por una firma joyera que sigue activa en la actualidad: durante años se escondió la verdadera cantidad de diamantes y minas que abundaban en los países africanos, haciendo creer a los países occidentales que estas piedras eran muy inusuales y por ello, debía pagarse precios desorbitados por ellas.
Cuando el poder de decisión pasa a formar parte de un grupo muy reducido de compañías, la fijación de los precios se vuelve mucho más injusta y siempre en detrimento del consumidor.
¿Por qué se conocen como 'diamantes éticos'?
Los diamantes creados en laboratorio o sostenibles son conocidos como “diamantes éticos”. Las razones que dan lugar a este apellido residen en su fuerte compromiso con la naturaleza, el medio ambiente y los derechos humanos.
Al ser creados en un laboratorio, las condiciones laborales pasan a ser mejores y más seguras que las de una persona trabajando en una mina: los laboratorios no se sitúan en países con escasa regulación y legislación laboral, por lo que se asegura que las condiciones de trabajo sean siempre seguras y respeten los derechos de los trabajadores.
Estas piedras no causan desplazamientos ni impactos medioambientales a causa de su producción, ya que no erosionan el entorno y la mayor parte de ellos se crean con una huella de carbono igual a cero.
La trazabilidad de los diamantes creados es completamente transparente: se sabe exactamente de qué laboratorio vienen y bajo qué legislación se regulan los derechos laborales de los países donde se encuentran. Si bien es cierto que para los diamantes de sangre se fundó el Proceso de Kimberley en el año 2000 (un certificado que garantiza que los diamantes de mina que se adquieren de la joyería que lo posee, no proceden de países en conflicto), un diamante de mina jamás puede llegar a ser trazado al 100%.
En los diamantes de laboratorio no hay engaños sobre su procedencia ni sobre su cantidad: son tan abundantes como se quieran hacer, pero el proceso de creación es largo y minucioso, por lo que forzosamente son más escasos que los de mina.
En cuanto al mercado, los precios de los diamantes sostenibles fueron fijados en un comienzo por la misma empresa que fijó los precios de los diamantes de mina, estancando los del laboratorio en posiciones mucho más bajas que los tradicionales.
Esta es la única razón por la que los diamantes de mina siempre serán más caros: no por una mayor calidad (que de hecho se suele optimizar en los de laboratorio) sino por una estrategia de marketing perjudicial llevada a cabo por esta firma. Los precios no están fijados mediante un cártel, pero la propaganda negativa llevada a cabo por el “Goliat” de la joyería tradicional es la que ha producido esta devaluación de los diamantes éticos (a pesar de ser más laboriosa su obtención).
Y aun siendo más pequeño y desconocido, fue David quien ganó contra el gigante.
Fuentes
(1) y (2) https://doc.es.amnesty.org/ms-opac/recordmedia/1@000021171/object/27235/raw
https://diamondfoundry.com/blogs/the-foundry-journal/tagged/truth-in-diamonds