La piedra del amor

La piedra del amor

Cuantos más años pasaban, más cerca estaba el día que había sido marcado por la profecía. A la corta edad de seis años, Atif fue señalado con el dedo por la diosa de las uniones, quien vaticinó su único futuro..

-Sólo conocerás el amor verdadero de la mano de quien te entregue la roca azul más pura, gemela de las gotas de agua.

Sin mediar palabra y antes de que Atif pudiese preguntar, desapareció por la puerta. Doce años más tarde, seguía recordando cada día las palabras de aquella mujer alargada con rostro dulce.

 

***

 

-¿Por qué no vamos a merendar al lado del río?

-Atif, sabes que no me gusta nada ese lugar -contestó Suré.

Suré y Atif se conocían desde pequeños. Se criaron juntos, jugando con las hojas que caían de los árboles en otoño y tirándose bolas de nieve cuando el cielo les bendecía en invierno. Atif siempre proponía los mejores planes: era cierto que las vistas del río al atardecer eran inigualables, pero desde hacía un par de años quedaban interrumpidas por los niños que sacaban las piedras del agua.

-Podemos buscar otro sitio, pero ese es el mejor para ver la puesta de sol… -dijo el chico, encogiéndose de hombros.

-Ya lo sé. Pero ver a esos niños es horrible. No están jugando en el agua, no quieren estar ahí -respondió la chica. Su bonita mirada castaña quedó apagada por el recuerdo de los pobres niños.

 

***

Días más tarde, el joven Atif rondaba el mercado cuando apareció ante él la muchacha más bella que jamás hubiera visto. Era la hija del nuevo florista. Juntaba las azucenas y las margaritas en un mismo ramo, anudando un precioso lazo amarillo alrededor de sus tallos. Con una mano entregaba el ramo a una señora que vestía un sombrero de ala ancha y con la otra recogía las monedas.
Atif, en un momento de valentía, se acercó al puesto y examinó las flores.

-¿Puedo ayudarle en algo? -preguntó la chica de pelo dorado.

-Eh, sí. Quería unas flores -se notaba su nerviosismo a kilómetros.

-Bueno… aquí hay muchos tipos, tenemos rosas, claveles, la flor del baobab, margaritas…

Mientras señalaba cada una de las flores, Atif atisbó una plaquita en su delantal que rezaba “Deva”.
Desde ese día, Atif visitó el mercado cada mañana, llevándose una única flor cada día diferente, del puesto de Deva. La aparición del joven no pasó desapercibida para la chica, pues todos los días esperaba con ilusión su llegada. Al décimo tulipán que se llevaba, Atif se aventuró a pedirle que merendase con él.

 

***

 

Volviendo a casa, se le ocurrió una idea perfecta: irían al río a buscar piedras. Tal vez la roca azul aparecería de la mano de Deva y su futuro sería perfecto.

Llegaron a las orillas del río. Ambos se arremangaron los pantalones y se pusieron manos a la obra. Los niños de al lado los miraban con interés: nunca habían visto a gente que no fueran ellos meterse a buscar piedras. Deva creía que era un juego que consistía en encontrar las rocas más peculiares, pero veía a Atif muy frustrado cuando, tras horas, sólo encontraban granito y alguna roca anaranjada.

-¡Mira qué bonita esta piedra! -dijo Deva. Atif se giró, ilusionado, pero frunció el ceño al ver que tan sólo era un cristalino amarillo.

Cuando el sol desapareció entre las montañas y la luna tomó su lugar, Atif se dio por vencido.

 

***

 

Suré estaba trasplantando girasoles en su jardín cuando llegó Atif. El jardín de Suré era de los más bellos que había visto el chico. Siempre estaba muy mimado y con flores rebosantes de color. En la aldea se rumoreaba que la familia de Suré hacía magia con los elementos: esto era cierto. Atif había conocido suficientes años a su amiga como para haber visto un par de veces cómo brotaban los tomates y los dientes de león allá donde se posaban sus manos. Lo que más le llamaba la atención era el árbol colosal tras su casa.

-Ya no sé qué hacer. Es tan hermosa, lo único que quiero es verla, pero parece que las cosas no salen como quiero.

-A lo mejor no está destinado -dijo Suré, sacando un girasol de una maceta que llevaba días en su casa.

Atif se quedó pensativo. Él quería que estuviese destinado. Se agachó y empezó a ayudar a Suré.

-¿Qué has estado haciendo estos días? Apenas te he visto -le dijo a su amiga mientras echaba tierra sobre el agujero que habían formado.

-Pues no mucho. He intentado buscar formas de ayudar a los niños del río, pero no estoy muy segura de que pueda hacerlo -se limpió el sudor de la frente.

-¿Por qué no abres una floristería? Tienes flores muy bonitas en el jardín y podrías darles parte del dinero -preguntó el chico.

-Porque me gusta cuidarlas y verlas vivas. Además, no creo que eso sirviera, he visto cómo los adultos se quedan con el dinero de las piedras que venden y ni siquiera les dan monedas. Pero bueno, al menos me consuela que esta noche va a florecer el baobab -contestó Suré.

-Deva tiene flores de baobab en su puesto -dijo Atif, acordándose de la flor tan única que señaló la florista el día que se conocieron.

-¡¿Que tiene qué?! -alzó la voz Suré, cayéndose la maceta que sujetaba al suelo.

El muchacho se alarmó al ver la reacción de su amiga.

-Flores de baobab -repitió.

-¡Esas flores sólo viven un par de horas y salen cada veinte años! ¡¿A quién en su sano juicio se le ocurriría matarlas?! Mira, mejor vete. Tengo que seguir practicando unos conjuros -Suré se levantó rápidamente y acompañó a Atif a la puerta.

 

***

Las cosas con Deva no salían como esperaba. Ya casi no iba al puesto de la floristería porque al poco tiempo de hablar se quedaban sin conversación. Parecía cada vez más que ese amor no estaba destinado a ser. Atif dejó de ver con los mismos ojos el brillo de su cabello y de su mirada. Este amor sólo le traía dolor.
Salió en busca de Suré, a quien llevaba una semana sin ver. Cuando llegó a la puertecita de su jardín, su amiga estaba saliendo de casa con una sonrisa en la boca.

-¡Atif! Justo iba a buscarte -dijo ella alegremente-. He estado estos días perfeccionando los conjuros, ¡mira lo que he conseguido!

Se sacó del bolsillo una pequeña roca azul en forma de gota. El corte de sus caras reflejaba el brillo del sol en cientos de colores. Entonces, cayendo en la cuenta, recordando la profecía, Atif miró a los ojos a su mejor amiga del alma.

-Lo he hecho con trozos de carbón… he estado practicando conjuros de transformación hasta que se ha convertido en esta piedra tan bonita -siguió explicando Suré-. Se las daré a los niños para que no tengan que estar todo el día buscando en el río.

Se quedaron en silencio, la mirada del chico fijada en el diamante azul.

-¿Qué te pasa? -preguntó su amiga, preocupada por que su amigo estuviera tan callado.

Atif encontró las palabras que llevaba tanto tiempo deseando pronunciar. Le contó la profecía que le hizo la diosa cuando tan sólo era un niño. Le habló de la piedra azul en forma de gota y del amor verdadero. Le contó que por eso llevó a Deva a buscar piedras al río. Tras escuchar a Atif, Suré habló.

-Pero, ¿cómo pensabas que las rocas de los niños podían hablar de amor verdadero? Esas nacen de su sufrimiento. Sólo pueden hablar de ello las que nacen del corazón.

Y viendo reflejado el significado de su nombre por primera vez en el rostro de su amiga, quedó claro para Atif que el verdadero amor no hace sufrir a nadie.




  1. ‘Atif’: nombre de origen árabe que significa “el que comprende, el que es amable”.
  2. ‘Suré’: nombre de origen tarahumara que significa “la que tiene corazón”.
  3. ‘Deva’: nombre de origen sánscrito que significa “la divina”.
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